que estoy muerto de sueño. En parte se debe al cansancio acumulado durante la
gira y al hecho de cambiar de hotel y de cama casi a diario, pero el motivo principal
es que estoy so lo porque David, mi hermano mayor, se ha ido de marcha con
un par de chicas que estaban esperando nos a la puerta de los camerinos al terminar
el concierto.
No es la primera vez que ocurre lo mismo. Teóricamente es una
zona a la que no pue de acceder el público, pero siempre hay alguna 'zorrita' que
consigue colarse porque es amiga de la novia del guardia de seguridad, o algo
por el estilo. En este caso eran dos niñas pijas de unos 17 años que se
abalanzaron sobre nosotros pidiéndonos ("porfa, porfa, porfa") que les escribiéramos
una dedicatoria en uno de nuestros discos. Yo lo hice de mala gana
porque lo último que quería en ese momento era aguantar a dos chochos, pero
David esta ba encantando y empezó a tontear con ellas. Nos invitaron a una
fiesta privada en una discoteca, pero yo me disculpé dicien do que estaba hecho
polvo. Una de ellas se acercó a mi hermano y le susurró algo al oído. Él miró a
las dos, valorando la oferta, y después, guiñándome un ojo, me dijo: "Hermanito,
tú te lo pierdes". Y se fue con una chica en cada brazo.
Aunque creo que yo no estoy mal, sé que a las chicas les
gusta más mi hermano. Es lógico: él es el cantante, el centro de atención,
mientras que yo estoy en un segundo plano, acompañándole con la guitarra.
Además él tiene un aspecto de "chico malo" (su barba de tres días, su voz
ronca…) que las vuelve locas. Por un lado agradezco que me dejen en paz, pero
por otro me muero de ce los: celos de él, que puede follar todas las noches con
quien le apetezca mientras yo tengo que conformarme con hacerme una paja porque
ningún "niñito" de 17 años viene a mi ca merino a tontear y a pedirme que le
firme un autógrafo; pero, sobre todo, tengo ce los de ellas, esas hijas de puta
que se llevan a mi hermano, que le apartan de mí y hacen con él cosas de las
que yo sólo disfruto en mis sueños.
Así que aquí estoy, solo una noche más en este hotel, pensando
en mi hermano, intentando recordar cuándo empezó mi obsesión por él.
Recuerdo los juegos. Solía jugar con él y su dos mejores ami
gos en lugar de con los chicos de mi edad (yo tenía nueve años y ellos once),
así que siempre llevaba las de perder. Daba lo mismo que jugáramos a "indios y
vaqueros", a "guardias y ladrones" o a cual quier otra variante, porque a mí
siempre me tocaba el mismo papel: el prisionero. A David le gustaba
especialmente hacer de poli malo porque, al ser mi hermano mayor, podía hacer me
o decirme cosas que sus dos amigos nunca me hacían por temor a que el juego se
volviera demasia do realista y me echa ra a llorar. A falta de esposas, me
ataban las manos a la espalda con una cuerda y me llevaban a la "cárcel". Lo
primero que hacían era cachear me y desnudarme (aunque me dejaban puestos los
calzonci llos) para ver si lle vaba escondida algu na pistola. Luego em pezaba
el interroga torio. David se metía en el papel y añadía todos los insultos y
amenazas que cono cía, cosas del tipo "Si no me dices dónde has escondido el
dine ro, te voy a cortar los huevos, maricón" (y me agarraba del pito para que
la amenaza fuera más convencen te). Era un ritual que habíamos repetido mil
veces, así que estábamos perfecta mente compenetra dos: yo sabía que tenía que
empezar en plan chulo y acabar siendo sumiso y confesando mi delito. En el
fondo era como si jugásemos nosotros dos solos, como si sus dos amigos no estuvieran
allí. Sus insultos, su fuerza física al agarrarme del cuello, los
apretones en las pelotas… no puedo decir que me excitaran sexualmente (yo
tenía sólo nueve años), pero me gustaban. Y él también parecía disfrutar al
sentirse "un hombre".
Otra situación que tengo muy grabada en mi recuerdo ocurrió
cuando yo tenía doce años y él catorce. Era una noche de verano. Dormíamos en
una litera, él arriba y yo abajo. Me desperté en plena no che muerto de sed. No
quería despertar a nadie, así que cogí una pequeña linterna que teníamos en la
mesilla de noche y fui a la cocina a beber. Cuando volví a la cama, vi que
David había apartado las sábanas y dormía boca arriba. Le iluminé con la
linterna. Sólo llevaba puestos unos ajustados calzoncillos de algodón amarillo
pálido (unos que fueron muy habituales hace años). Me acerqué al borde de la
cama y estudié con detalle su estómago mientras subía y bajaba, y especialmente
su ombligo, del que partía una fina hilera de pelillos que terminaban en el
elás tico del calzoncillo. Me atraía irresistible mente su paquete, que parecía
aún ma yor a la escasa luz de la linterna. Quería acariciarlo, sentir su calor,
descubrir lo que había dentro. Le exploré sin tocarle, ponderé su peso, el tacto
de su piel. Deseaba catarle.
De pronto suspiró, balbuceó algo y se giró hacia mí. Me asusté
y apagué la linterna, pero poco después volví a encenderla porque su respiración
era muy lenta, revelando lo pro fundo de su sueño. Me acerqué a su cara.
Le observé atentamente, mi rostro inclinado sobre el su yo. Tenía los
labios entreabiertos y rese cos, y me hubiera gustado lamerlos ara
humedecérselos. Acaricié el aire con la lengua y con los die tes, boqueando
besos imaginarios como un pez fuera del agua. Estudié su pelo desor denado, su
cuello, la nuez ya prominente, el huequecito de la clavícula, sus pezones
oscuros y rugo sos. Al girarse, también se había llevado una mano hacia el paquete.
A la vez que se lo agarraba, tiraba hacia abajo del calzoncillo y dejaba
ver una densa y oscura mata de vello púbico. No estaba empalmado, pero era
deseable y suave. Acerqué mi nariz al paquete y a su mano y aspiré un olor muy
excitante que entonces, con doce años, no supe identificar: el olor que te
queda después de ha certe una paja. Deseé tener visión de rayos X para verle la
polla, aunque el recato de su sueño en calzoncillos también me parecía
fascinante.
En ese momento el ruido del camión de la basura justo debajo
de nuestra ventana despertó a David, que, enfadado y tapándose los ojos, dijo:
- ¿Qué cojones estás haciendo?
- Es que… tenía sed y he ido a la cocina a beber agua.
- ¡Pues apaga la linterna de una puta vez y métete en la cama!
Y así terminó aque llo. Él era bastante irritable en aquellos
años (supongo que, como todos los adolescentes, odiaba a su hermano pequeño),
así que me pro metí a mí mismo que nunca más le espia ría de esa forma por miedo
a que descubriera lo que de verdad estaba haciendo y se lo dijera a mamá o a
papá.
Pero las promesas se hacen para des pués romperlas, y eso es
lo que ocurrió el verano siguiente, cuando fuimos a pa sar quince días a la casa
de los abuelos en el pueblo.
Lo recuerdo nítidamente. Mientras yo jugaba en el jardín en
la parte del fondo, un sonido inconfundible llamó mi atención. David esta ba
de pie, meando, distraído, sin percibir mi presencia. Me fijé en los grados de
su bronceado veraniego, dibujados por calzoncillos y pantalones cortos, que
señalaban franjas de un atractivo irresistible sobre sus piernas y conducían a
la blancura de su entre pierna, interrumpida por la mancha oscora de su vello
púbico. Cuando terminó, sacudió su polla durante más tiempo de lo normal. Me
quedé observando la escena; un estremecimiento me invadió. Su polla me parecía
enorme comparada con la mía (él tenía quince años y yo, con trece, era práctica
mente un niño; sólo hacía tres meses que me había cambiado la voz), y me hizo
sen tir por primera vez una sensación que nunca me abandonó.
Los días siguientes me dediqué a esperarle. Pasé muchas
horas encima de un árbol, en una espera tanto o más excitante que su resultado.
Me producía un intenso placer la sola posibilidad que se repitiera la escena,
y sospecho que él lo adivinaba. Le deseaba. Sabía que ese deseo me colocaba
para siempre en un lugar diferente del resto del mundo, que era un pasaje
directo al infierno de los pecadores, pero quedarme sin eso me parecía el
propio infierno.
Desde entonces han pasado diez años y muchas cosas: el curro
en la factoría de coches, las primeras maquetas, el primer disco… Sigo "enganchado"
a mi hermano, pero intento superarlo para no volverme loco. La vida es
una serie de ges tos: una mirada, una caricia, una palabra…, y yo me he
convertido en una especie de ladrón. Le robo a David pequeños momentos: un día
le apreté contra mí en la moto; otro, dormimos juntos (sólo dormimos) en un
hotelucho de mala muerte. Y con eso normalmente me con formo, pero de vez en
cuando tengo un día, o una noche co mo hoy, en que todo parece volver a empezar
y no consigo quitármelo de la cabeza. ¡Dios! Tengo que dormir algo o mañana
estaré muerto.
De pronto oigo que la puerta se abre. Es mi hermano, que vuelve
de su fiestecita. Puedo distinguirle con la tenue luz que entra por la
ventana. Por su forma de andar me doy cuenta de que está un poco borracho.
Busca el cuarto de baño tanteando la pared, lo encuentra y enciende la luz.
Desde mi cama puedo ver todo lo que hace: se lava la cara para despejarse, se
mira en el espejo unos según dos, se vuelve hacia la taza y levanta la tapa.
¡Oh, Señor, por favor, que no cierre la puerta! Lentamente se desabrocha el
pantalón, lo baja ligeramente y se saca la polla. Las ganas de mear deben
habérsela puesto dura, así que tiene que inclinarse hacia delante y empujarla
hacia aba jo para no hacerlo fuera. Cierra los ojos y suspira aliviado. La meada
es larga, po tente. Yo estoy paralizado por la excitación y apenas me atrevo a
parpadear para no perderme un segundo del espectá culo. Por fin termina, pero se
queda en la misma postura: de pie, con los ojos ce rrados y agarrán dose la
polla. Pa sados unos segundos, empieza a meneár sela lentamente. Co ge un poco
de saliva con sus dedos, se humedece el glande y continúa. Yo también empiezo a
hacerme una paja mientras le miro. De repente se para y me mira pensativo.
Cierro rápidamente los ojos para hacerme el dormido, pero después me doy
cuenta de que él no puede verme por que la cama está en la parte oscura de la
habitación, no en la zona iluminada por la luz del cuarto de baño, así que los
abro de nuevo unos segúndos después. Entonces veo que se está abrochando los
pantalones. ¡Se acabó el espectáculo! Apaga la luz del cuarto de baño y se
dirige hacia mi cama.
- Jose, despierta, ten go que hablar contigo –y me zarandea
ligeramente. Yo me hago el dormido, pe ro como él sigue insistiendo, no me queda
más remedio que "despertarme".
- ¿Qué pasa? ¿Quie res contarme lo bien que te lo has montado
con esas dos tías? ¡Déjame en paz! Necesito dormir.
Él no acepta mi negativa, así que me quita la almohada y
empieza a atizarme con ella, como tantas veces hicimos cuando éramos niños.
- ¡Eh! ¿Qué haces? –le digo.
- ¡Pelea si eres hombre!
Yo aparto las sábanas y entro en el juego. Peleamos de broma,
se pone encima de mí en la cama y consigue sujetarme ambas manos contra la
almohada.
- Eres mi cautivo, mi prisionero –dice él, medio riéndose.
¡Si supiera hasta qué punto eso es cierto!
- Está bien, ¡qué cojones es eso tan importante que tienes
que decirme! –le digo, simulando un en fado que esconde mi curiosidad.
- Pues verás. Esas zorritas con las que me fui, al final resultaron
ser unas calientapollas. Después de ponerme cachondo con sus
tonterías, se rajaron cuando lle gó el momento de la verdad y se largaron a casa
asustadas, así que mira cómo estoy.
Como me tiene suje to por ambas manos, dirige una de ellas a
su paquete para que lo compruebe por mí mismo. Yo intento apartar la mano como
si hubiera tocado un cable eléctrico, pero él tiene más fuerza y me obliga a
sobarle. Sonríe, acerca su boca a mi oído y, con su voz grave que me taladra el
cerebro, dice:
- Necesito bajar a esta hija de puta o no podré pegar ojo en
toda la noche. Necesito que me hagas una mamada.
Yo me quedo petrificado. No necesito fingir mi sorpresa
porque es auténtica.
- ¿Por qué… piensas que quiero chupártela?
- Bueno, tú eres gay y yo soy sexy. ¿Qué más necesitamos?
- ¡Yo no soy gay!
- ¡Oh, vamos! ¿Es que crees que no me he dado cuenta de cómo
miras a los tíos? ¿De cómo me miras a mí? Sí, sí, no pongas esa cara. Sé que te
gusto, y lo entiendo, porque estoy bueno.
Supongo que es difícil ser humilde cuando tienes un pedazo de
polla como el suyo. Debería ceder y chupársela de una vez, pero me resisto como
si temiera una trampa en su tentadora oferta.
- ¡Pues no lo haré!
Él me sujeta de nuevo las manos contra la almohada y se burla
de mí.
- ¿Y qué vas a hacer? ¿Chivarte a mamita? "Mamá, David
quiere que le chupe la polla". ¿O tal vez al viejo? "Papá, papá, que David
quiere follarme". Seguro que él me bajaría los pantalones y me daría una buena
azotaina en el culo con el cinturón. Eso te excitaría, ¿verdad, maricón?
Sé que el insulto es parte del juego, así que no lo tomo en
serio. Él sigue frotándose contra mí y, como la serpiente ofreciendo la fruta
prohibida, me susurra al oído:
- ¿A qué vienen tantos melindres? Tú también estás
empalmado.
Para cerciorarse, me suelta una mano y me soba la polla por
encima del pijama.
- ¡Vaya, vaya! Se nota que somos hermanos. Algún día
tendremos que medírnosla para ver quién la tiene más grande.
- ¡Basta ya! Me rindo. Haré lo que quieras.
Con la mano que me ha dejado libre, intento hacercarle a mí
para besarle, pero se aparta.
- No, nada de besos en la boca. Los besos te los guardas
para tu novio.
- No tengo novio –confieso avergonzado.
- ¿De verdad? ¡No te estarás reservando para mí!
- Pues… –No se lo puedo decir. Sería una locura–. Conozco a
alguien, pero él no me quiere. Yo debería renunciar porque sé que con él no
tengo posibilidades; sería lo más sensato, pero no soy sensato.
- ¡Pobrecíto, nadie te quiere! Pero aquí está tu hermano
mayor para consolarte y para que te olvides de ese cabrón que te hace sufrir. Y
basta ya de hablar. Demasiada cháchara para un polvo.
Así que se pone de pie y tira de mí para que yo también me
levante. Se nota que sus movimientos todavía están influidos por el alcohol.
Empieza a desabrocharse el pantalón, pero le detengo. Quiero hacerlo todo yo.
Me acerco a él, paso la mano por los bolsillos traseros y
por la costura de los tejanos y aprieto mi muslo contra su entrepierna para
sentir su polla empalmada. Me gustaría sacársela ya, pero no me atrevo a ir tan
deprisa. Él se deja hacer. Excitado, se restriega contra mí con tanta fuerza
que, si sigue así, se correrá inmediatamente, vestido y todo. Levanto la parte
inferior de su camiseta y la deslizo sobre el estómago duro y musculoso. Es una
camiseta muy ceñida y me limito a enrollarla bajo las axilas. Me aprendo de
nuevo su cuerpo porque mis recuerdos se han quedado anticuados. Tiene un
cuerpo magnífico, duro. Se le nota, se nos nota a ambos, los años de trabajo
duro en la factoría. Quisiera no empalmarme para poder seguir contemplando con
calma este paisaje único. Lo recorro minuciosamente: le chupo el cuello, los
hombros, las tetillas. Tiene unas tetillas bonitas, con los pezones pequeños,
duros y protuberantes, sin na da de vello. Retuerzo suavemente sus pezones y
luego, mirándole a los ojos con apasionamiento, le me-to mano al paquete, le
bajo la bragueta, le manoseo un poco. Se nota que no está acostumbrado. Unos
dedos masculinos bajo la ropa constituyen para él una sensación nueva.
Desciendo al ombligo, se lo beso, le lamo los pelos de
alrededor. Me encanta su ombligo, un botón duro. Llego a las caderas y a los
muslos. Le desabrocho el pantalón y se lo bajo. Al ver cómo el sucinto
calzoncillo azul retiene su polla, casi me siento enfermo de deseo; se la
acaricio y beso a través del suave algodón. Mientras yo hago todo esto, él
permanece quieto, con los brazos separados de los costados e impasible, como un
niño en el consultorio del médico, o una persona a la que toman medidas para un
traje. No hace gesto alguno hacia mí. Está serio, parece reacio a bajar la
vista para mirar cómo su polla entra en la boca de otro hombre. Quiero que esté
completamente relajado, que disfrute sin pensar que es su hermano el que se la
está chupando. Así que pronuncio las cuatro palabras mágicas que funcionan con
cualquier hombre:
- ¡Tío, la tienes enorme!
Él sonríe satisfecho, pero sigue con la mirada perdida en el
vacío; sé que no es a mí a quien desea. En alguna parte, allá fuera, está la
chica que él ama, pero ahora se contenta con esto. Siento que me estoy
beneficiando de una pasión acumulada y destinada a otra persona, pero que
ahora se desborda y me salpica.
Le descalzo, le quito los pantalones y termino de sacarle la
camiseta, pero le dejo puesto el calzoncillo. Su polla tiesa muestra su
contorno a través del algodón estirado. Yo me quito el pijama rápidamente
mientras le miro las piernas, donde todavía tiene las señales del bronceado
veraniego. Ahora estamos los dos en calzoncillos, restregando nuestras pollas
duras a través de esa fina tela de algodón. Deslizo una mano por sus nalgas,
pero él se sobresalta, así que la retiro inmediatamente. Le paso la mano por el
pecho. El corazón le late con fuerza; noto toda la tensión en su postura rígida.
Empieza a tirar de sus calzoncillos, impaciente por quitárselos. Mis labios
descienden hacia el elástico, lo levanto con un dedo y lo bajo unos
centímetros, descubriendo el vello púbico. Por encima asoma su polla oscura, el
prepucio estrecho, bajo el cual aparece un glande más oscuro todavía. Por fin
le desnudo del todo. Quedo fascinado al verle en cueros por su manera de llevar
la polla y los huevos. ¡Cuántas veces he soñado con esta polla! Meto la lengua
en todos los pliegues, chupo los huevos, lamo los muslos, le olfateo como un
perro. Reconocería este olor entre un millón.
Y finalmente la polla. La miro, la toco, la manoseo, la
engullo. La sopeso en mi lengua, noto su cabeza roma contra el velo del
paladar, empujando hacia mi garganta. Él me acaricia el pelo mientras empiezo a
mamársela. Le trato con suavidad, acariciándole, dándole cautelosos
mordisquitos gatunos. Y él empieza a responder, al principio emitiendo leves
murmullos de placer, pero después repitiendo frases que habrá aprendido de
películas porno americanas mal dobladas:
- Así –susurra–, chupa esa polla, sí, trágatela entera,
siéntela en tu boca. Te gusta mi enorme polla, ¿verdad?
Es como estar chupándosela a Jeff Stryker… y eso me excita
aún más. Me gustaría alargarlo eterna-mente, pero a la vez quiero que se corra
ya, así que empiezo a hacerle una paja mientras tengo la boca abierta a un
centímetro de su polla para recibir su descarga. De pronto él me sujeta la mano
y exclama:
- ¡No, para, para!
- ¿Qué pasa? ¿Te estoy haciendo daño?
- No, no es eso.
Me agarra por las axilas, me hace levantar, me mira con
lujuria y dice:
- No quiero correrme todavía. Quiero follarte.
Le miro sorprendido y le pregunto:
- ¿Has follado alguna vez a otro tío?
- No, pero he follado con una tía… por detrás.
- ¿Ah, sí?
- Ajá.
- ¿Y te gustó?
- Bueno… –Hizo una mueca–. Me lo pasé bien y todo eso, pero
luego… da un poco de asco pensarlo. Ya sabes lo que quiero decir, ¿no?
- Pues hazlo y no lo pienses.
Entonces comienzan las sorpresas. Los dos estamos de pie, yo
todavía con los calzoncillos puestos. Se coloca detrás de mí y me abraza. Al
principio me da miedo. Pienso que una vez que empiece, le sofocarán, le
asustarán mis necesidades sin límites, y se alejará de mí con una risita de
desprecio. Después veo que no he tenido en cuenta su propia curiosidad: lo que
él busca es diversión, una experiencia, un disparate. Y quizás le excita el
poder que tiene sobre mí, porque ha descubierto que es mi puto amo.
Ahora soy yo el que se deja hacer. Se pega a mi espalda, noto
su polla presionando en mi culo a través del calzoncillo, me soba el paquete,
me mete su lengua en la oreja, me muerde el cuello y frota su fino bigote y su
áspera perilla contra él. Si no me estuviera sujetando con su abrazo, me caería
al suelo, derretido de puro placer.
Me quita el calzoncillo y empieza a curiosear en mi culo. Me
lo he afeitado hace poco, así que es de una suavidad cremosa. Él se da cuenta y,
sorprendido, me susurra al oído:
- ¡Mmmmm! Me gusta. Quiero meter mi polla en este culito
ahora mismo.
Me agarra y me lleva a la cama. Hay unos minutos iniciales de
refriega bastante apasionada mientras nos familiarizamos mutua-mente con las
querencias del otro. Al final me coloco boca arriba, con los pies oscilando por
encima de su cabeza. Su polla parece gruesa y amenazante entre mis muslos, con
su glande empujando bajo mis huevos. Estamos tan excitados que ninguno de los
dos echa de menos un lubricante. Un dedo… dos dedos… y ya la tengo dentro.
Siento la necesidad de mirarle a la cara y de leer lo que está haciendo en sus
muecas de placer y en sus gritos sofocados, en la mezcla inmediata de
agradecimiento y repulsión cuando me mete la polla hasta los huevos. Levanto
una mano temblorosa para acariciarle el pecho y los pezones, duros como
tachuelas. Estoy loco de amor.
Mientras se instaura la cadencia regular de la penetración,
me parece percibir en su mirada un deseo de castigarme, de darme mi merecido;
pero sólo es un momento, porque enseguida veo el placer estirarse dentro de él.
Me está follando como un soldado que hace flexiones: diez, veinte, cincuenta…
No hay más que el mete y saca de su polla en mi culo. Está sin fuerza, sin
aliento. Tiene el pecho y la cara bañados en sudor: salpica como un pugilista,
el pelo empapado le cae por la frente. Me mira sin verme. Veo en su cara que no
es en mí en quien piensa.
Ya casi estamos acabando. Sin querer, sale de mí por un
momento. Quiere metérmela otra vez, pero le arrebato la polla de la mano
("Déjame a mí") y la junto con la mía, iniciando una paja frenética. La
sensación al empuñar las dos pollas a la vez es increíble. "¡Me corro!", le
aviso. Él apenas puede hablar por la excitación y el cansancio, pero por su cara
y su respiración entrecortada sé que también está a punto. Dos chorros
simultáneos de esperma inundan mi cara y mi pecho, y un segundo después él se me
echa encima completamente exhausto.
Le abrazo mientras le beso castamente en la mejilla. Noto
su respiración agitada y caliente en mi oreja; el latido acelerado de su corazón
contra el mío. Le acaricio la espalda mientras restregamos nuestros cuerpos
húmedos de sudor y esperma y nos estremecemos con los últimos coletazos del
orgasmo.
¿Alguna vez has salido a gatas de la cama, agotado después de
echar un polvo tan intenso que te obligó a confesarte: "Si muriese ahora,
moriría feliz"? Así me siento yo en este momento. Y creo que para él tampoco ha
sido un simple polvo de fin de semana.
Pasan unos minutos en los que ninguno de los dos dice nada.
Finalmente, él se gira, me desmonta y se tumba a mi lado, nuestras cabezas
juntas en la almo-hada. Intento no ponerme pesadito, no abrumarle con mis
arrumacos. Extiendo, como por descuido, un brazo sobre su vientre cálido. Me
gustaría abrazarle, apoyar mi cabeza en su pecho, pero en lugar de eso le
observo. Tiene los ojos cerrados, aunque no puede estar dormido ya porque el
corazón le late muy fuerte. Abre los ojos, se vuelve hacia mí y sus manos se
deslizan bajo mi cuerpo. Me abraza y yo me aferro a él más todavía. Susurrando,
me pregunta:
- ¿Estás bien, hermanito? No me habré pasado de la raya,
¿verdad?
Yo me siento tan feliz que no puedo contestar. Una sonrisa y
una palmada cómplice en su brazo sirven como respuesta. Le paso una mano por
el cuerpo y entre las piernas. Está su dado y pringoso, igual que yo, así que
acepta mi proposición de ducharnos juntos.
Yo abro el grifo de la bañera y pongo el tapón mientras él
busca el gel de baño y una esponja. Nos metemos y cambio el mando del grifo
para mojarnos con la ducha. Después lo cambio de nuevo para que la bañera siga
llenándose. Él coge la esponja para enjabonarse, pero le digo: "No, sin
esponja. Déjame a mí". Sonríe y la tira al suelo. Echo una buena cantidad de
gel en mis manos y le enjabono primero los hombros, la espalda y el culo.
Después le giro y repito la operación en el pecho, el estómago, la polla y
los huevos. Su cuerpo es tan apetecible que me gustaría comérselo a
mordiscos. Se contonea con la polla y el culo enjabonados. Está empalmado otra
vez, y yo también. Él propone una partida de nabo de hierro, polla contra polla:
gana el que consiga doblar la polla del otro. Por supuesto, gana él.
Le miro con adoración. Pienso: No debo decirle "Te quiero",
aunque ésas son las únicas palabras que me vienen a la mente. Él sonríe.
- David, quiero pedirte algo –le digo.
- Follarme no –dice él rápidamente. ¿Por qué todos los
heteros dan por des contado que queremos darles por culo?
- No, eso no. Lo que me gustaría es… besarte.
- ¡Besarme! –Se echó a reír–. Claro, por supuesto. Como
premio por habérmelo hecho pasar tan bien.
Con la mano izquierda le froto despacio la base del cuello.
Su pelo parece cortado al cero, fino y erizado en la nuca. Le paso una y otra
vez mis dedos incrédulos por la cara y por el cuello, le beso los párpados, la
nariz… Me acerco más a él, a su cuerpo cálido y fuerte. Me enjabono frotándome
contra él. Nuestras pollas chocan como dos arietes, se restriegan una con
otra. Le recorro la mandíbula con mi lengua y se la introduzco en la oreja.
Después me voy a su boca. Chupo sus labios. Le beso la boca, los ojos cerrados,
le muerdo las orejas, se las chupo. Hace tanto tiempo que deseaba besarle, que
me aferro a él y meto mi lengua hasta el fondo de su garganta; la retiro
entonces y le muerdo los labios. Él no puede resistirse, está asombrado, no
puede continuar impasible. Noto que las yemas de sus dedos se posan tímidamente
en mi estómago y poco después me tocan la polla. La menea unas cuantas veces de
forma inexperta, como si nunca le hubiera hecho una paja a otro tío.
- Mejor cada uno la suya –le digo.
Y mientras seguimos besándonos con los ojos cerra dos,
empezamos a hacernos una paja. Primero muy lentamente, deleitándonos en el
suave y húmedo roce de pollas, cuerpos y lenguas; después, inevitablemente más
rápido, confundiendo en nuestro pensamiento pollas y lenguas, como si el beso
fuera en realidad una mamada. Al final nuestra respiración es tan agitada que
tenemos que dejar de besarnos para que coger aire. Cuando noto que me voy a
correr, abro los ojos y le pido en un susurro: "¡Mírame, mírame por favor!" Él
lo hace y, mientras nos corremos, yo no puedo evitar un "Te quiero" casi
inaudible que se mezcla con su gemido de placer.
Agotados, nos sentamos en la bañera, que ya está llena. Al
principio el agua parece demasiado caliente, pero pronto nos acostumbramos. La
ligera sensación de ingravidez en brazos y piernas que produce tenerlos bajo
el agua es fantástica, muy relajante. Yo estoy detrás de él, abrazándole. Él
está echado hacia atrás, apoyando su cabeza en mi hombro, con los ojos
cerrados. Es todo mío. Al cabo de unos minutos de silencio, mientras le
acaricio los pezones, le digo:
- Besas bien.
- Eso me dicen.
- ¿Quiénes? ¿Las chicas?
- Sí.
- ¿Cómo beso yo comparado con ellas?
- No lo haces mal.
- ¿Y qué tal la chupo?
- Distinto. Mejor. Con más… entusiasmo.
Después de un nuevo silencio, le pregunto:
- ¿Quién fue la primera persona con la que te acostaste?
Pausa.
- No lo sé… ¿Podrías precisar qué entiendes por "acostarse
con alguien"? ¿Quieres saber a quién se la metí primero? ¿Cuántos centímetros
tuve que metérsela para que entre en la categoría de "acostarse con alguien"?
- ¡Dios, qué complicado eres! La primera persona a quien se
la metiste toda…, la chica. ¿Fue una chica?
Él se enfada.
- ¿Tienes la energía suficiente para preguntarme una cosa
así a las cinco de la mañana? Primero me someterás a un interrogatorio
agotador, después tendrás pesadillas y por la mañana estarás de mal humor; y
luego soñarás despierto con toda clase de fantasías sexuales. ¿Es eso lo que
quieres? ¿Y sentir celos de lo que he hecho y de con quién lo he hecho?
- Sólo era una pregunta… Tenía curiosidad, nada más
–respondo, avergonzado por su reprimenda.
Dicen que conseguir lo que siempre has deseado es el
principio del fin, y empiezo a pensar que es cierto. Intento adivinar si
volveremos a hacerlo o si lo haremos sólo una vez más o si lo haremos mil
veces; si esto también ha significado algo para él o sólo ha sido un
pasatiempo. Así que no puedo evitar hacerle una última pregunta:
- Lo que hemos hecho esta noche, ¿volveremos a hacerlo?
Necesito saber si puedo esperar.
- ¡Joder, tío! Lo hemos hecho y ya está. No te pongas
sentimental. Es sólo sexo.
Enfadado, destapa la bañera tirando de la cadeníta con un
pie. El nivel del agua baja rápidamente, haciendo que lo que antes era calor e
ingravidez se convierta en frío y pesadez. Me siento fatal. Él intenta
levantarse, pero se lo impido abrazándole con fuerza.
- ¡No te vayas! ¡Perdóname, David, por favor! –le suplico.
- ¡Suelta, coño! ¡Que sueltes, te digo!
Él se escapa de mí sin que pueda evitarlo. Cierro los ojos
con desesperación.
- ¡Jose, Jose! –me llama y me zarandea.
Abro los ojos.
Le miro desconcertado. Está de pie, vestido, inclinado sobre
mí. Sostiene la al-mohada que acaba de quitarme, la que yo tenía abrazada.
Tengo frío por-que ha abierto la ventana y yo estoy en calzoncillos,
desarropado encima de la cama. Me habla de nuevo, y en su aliento y su voz
noto que está un poco borracho.
- Jose, despierta, tengo que hablar contigo..
1 comentario:
precioso y morboso relato xD
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