lunes, 4 de septiembre de 2006

Aquella vez con mi hermano


Hay cosas en la vida que llevan a hacerte miles de preguntas, el cómo y el por qué ocurren es algo que no sé, pero sí sé que se debe sacar provecho de ellas dado que el sexo es algo muy básico en la existencia de todo ser humano.

Yo siempre he tenido una gran confianza con mi hermano. Siempre, ya desde niños; y aunque nos llevábamos diez años, lo que pasó entre nosotros creo que afianzó aún más la confianza del uno hacia el otro y abrió una nueva manera de pensar en nuestras mentes. Por suerte yo aún era joven, y vivía solo, pero si lo que pasó hubiera ocurrido en la actualidad, creo que no lo hubiera encajado bien. Me había independizado de mis padres cuando acabé la carrera de magisterio y me había podido colocar como maestro en una escuela rural cercana a nuestra población. Tenía 26 años, una novia con la que no veía nunca el día de casarme con ella, y muchos amigos. Entre ellos también estaba mi único hermano, Alberto, que tenía 16 años de edad. Alberto estudiaba, y decía que quería ser futbolista. Tenía a todas las chavalas de la escuela a sus pies, o eso decía. La verdad es que era bien parecido, alto, de tez morena y tenía una gran dote de simpatía y cordialidad que bien le valdría para sus conquistas. Lo peor era el acné, el maldito acné juvenil que a todos alguna vez nos ha agobiado en nuestra adolescencia.

Él me lo contaba todo. Desde lo que había desayunado, hasta las cosas que hablaba con sus amigos. A pesar de ya no vivir bajo el mismo techo, pasaba muchas horas en mi casa; a veces comía allí, hacía los deberes, chateaba en mi ordenador o simplemente venía a esperarme para verme y contarme sus cosas. Recuerdo que una vez le pillé in-fraganti viendo páginas web porno. Ese día no se molestó, ni se sintió aturdido ni avergonzado, simplemente me invitó a ver lo que él veía y acabamos hablando de tetas, de culos y de tías buenas. Todo fenomenal. Recuerdo que me pregunté qué efecto causarían en él esas imágenes de mujeres desnudas, y si se masturbaba pensando en ellas. Resultó que sí, puesto que a partir de ese incidente me lo comentaba todo, y una vez llegó a decirme cuántas pajas se había hecho ese día. Era lógico, me tenía mucha confianza, y yo a él, de modo que en lo concerniente a temas de sexo nos lo contábamos todo. Yo le hablaba a él de los polvos que me pegaba con mi novia, y él a mí de sus pajotes y de sus primeros escarceos con las chicas. Hasta ahí bien, pero...

Cierta noche en que se quedó a dormir en mi casa, saltando entre canales de la televisión dio con el canal porno. Estábamos sentados frente al televisor aburridos de tanta tele. La idea de ver una porno debió de parecerle algo más divertido que la vida privada de los famosos y pseudo famosos que pueblan nuestras pantallas. A mí el porno me aburre, pero consentí en que viera la película a cambio de que se fuera a dormir y me dejara corregir unos exámenes con tranquilidad. La escena de la película no era nada especial. Sexo oral y folladas a lo loco. Sin embargo, y pese a que no era el primer porno que Alberto veía, parecía gustarle la película.

- ¡Qué “pedazo” de polvo están dándose esos dos! -exclamó divertido- ¡Cómo me gustaría hacerlo así con alguien! ¿Oye, tú follas así?

Yo me reí, y le conté que en la vida se debe de follar mejor que en esas películas, porque en ellas todo es falso.

- ¡Pues a mí me está poniendo caliente! –dijo tras considerar mis palabras- La tengo dura –añadió.

Efectivamente. Un bulto delator había aparecido en su bragueta. No me sorprendió en absoluto. La sorpresa fue que se estaba acariciando la entrepierna de sus jeans mientras miraba la película. En ella, la escena mostraba cómo una mujer masturbaba a un hombre, mientras éste lamía los pezones de la mujer. Pese a que ya habíamos visto correr leche a raudales y oír los gemidos doblados de los actores de la película, yo intuí que esa sería la escena final. Mejor, así Alberto se iría a dormir y yo podría corregir mis exámenes.

- ¡Joder macho -exclamó mi hermano excitado- qué paja le está haciendo!

Y de pronto se desabrochó los botones de la bragueta de sus pantalones y se sacó la pinga.

- No te importa, ¿verdad? –preguntó cuando empezó a masturbarse.

- ¡Alberto, haz eso en el lavabo! –exclamé medio en broma, medio en serio.

Lo cierto es que la calentura también estaba afectándome de tanto culo y tanta teta.

- ¡Cómo me gustaría que fuera otra mano la que me pajeara! –exclamó- ¡Y que fuera la de esa rubia de la tele!

Yo me reí esta vez por su ocurrencia.

- ¿Tu novia te la ha “pelao” alguna vez? –me preguntó

- Claro, ella y otras –contesté divertido.

- Debe de ser la hostia –aseveró él agarrando su pene entre las manos.

Y mirándome a los ojos dijo:

- Oye, ¿tú no me harías una paja ahora mismo? ¡Estoy tan caliente que ya me da igual todo! ¡Hazme una paja!

Su voz sonaba divertida, y no podía saber si hablaba en broma o en serio. Después retiró las manos de su verga, pero siguió mirándome. Yo bajé la vista hacia su herramienta. La verdad es que el chaval tenía una buena acreditación para circular por la vida. Un pene largo, de unos 18 centímetros, grueso. Las venillas destacaban sobre ese pedazo de carne como reclamos en los escaparates y algunos pelillos púbicos asomaban aquí y allá para completar ese alucinante cuadro. Me atrajo lo que vi. Quise sentir lo que era agarrar una buena verga y sentirla entre mis manos. Nunca estuve con hombre, pero lo que mi hermano tenía entre las piernas me puso a cien por hora. Mi cuerpo se tambaleaba. Su pene era hermoso. Así que se la agarré y apreté. Empecé a masturbarle lentamente, como cuando me masturbaba yo en momentos íntimos. Él gimió. No esperaba que yo ni siquiera le rozase el miembro. Pero yo iba despacio, saboreando su placer como si fuera el mío... Tanto que fui animándome hasta el punto de chuparle el nabo. Ya no sentía ni repulsión ni miedo, ya que si agarrar su pene entre mis manos me había encendido, ahora lo que me pedía el cuerpo era comérmelo. Y eso hice. Mi hermano casi se desmaya.

- ¡Dios mío! –casi gritó- ¡Es la primera vez que me la comen! ¡Oh, qué placer!

Recuerdo cómo arqueó su espalda y dobló su cuello, mirando al techo. Y sus jadeos. A veces yo lo miraba a la cara y me fascinaba ver su rostro desencajado, su mandíbula entre abierta, sus ojos entornados y sus jadeos. Aún los oigo en mi cabeza... Su glande jugoso, como una fresa, era sorbido por mi lengua casi al mismo ritmo de sus gemidos...

- ¡Hermano, Diosssssss qué placer... no te detengas que me voy a correr! –gritó bien fuerte...

Instintivamente dejé de lamerle el nabo. Dos chorros de leche salieron disparados de su pene, y fueron a estrellarse contra mi cara, mientras él ya gritaba de placer. El resto de su corrida fue a parar al sofá. Me incorporé, me bajé los pantalones y le ofrecí mi miembro erecto, duro como el acero, para que hiciera con él lo que se le antojase. Me ardían las pelotas, me parecía que me iban a reventar. Nunca en mi vida me había sentido tan caliente, nunca y el hecho de que fuera mi propio hermano quien me había provocado tal calentura ya no me importaba. Sentado, y desde el sofá, me lamió primero el capullo y luego se la tragó de golpe. Mis 15 cm. fueron literalmente engullidos por su boca. Pese a que ya había practicado el sexo oral con anterioridad, y con mujeres, aquella vez sentí que me iba a estallar la verga en su boca. Era tanto el placer que estaba experimentando con mi hermano, y tan incontrolable, que creía que iba a perder la razón... Me puse en pie y él se agachó, y desde el suelo, continuó su trabajo.

Yo cerré los ojos. Mi hermano siguió comiéndome el nabo durante un rato, y yo perdido en el placer que eso suponía para mí, casi ni me di cuenta cómo él estaba jugando con la entrada de mi ano. Me metió un dedo al tiempo que me lamía la polla. Esa vez aullé de placer. Después mi hermano se las apañó para meterme dos dedos. Creo que estaba explorando mi culo virgen, mi culo que nunca había sido perforado por nadie. Consciente de que si le dejaba hacer iba a perder mi hombría, no pude controlar ni el placer que experimentaba al sentir cómo me comía el nabo y me metía sus dedos por el culo.

Estuvo un rato así, oyendo mis gemidos y dándome placer hasta ahora desconocido para mí. Y cuando se incorporó vi que su polla estaba dura otra vez. Se bajó los pantalones hasta los tobillos, tal y como los tenía yo ahora, y me masturbó... Después se colocó detrás de mí, sin dejar de masturbarme. Me empujó hacia delante, lo cual hizo que doblara la espalda y que me sujetara a la pared, frente al sofá, ofreciéndole lo último que me quedaba: mi virginidad. Nada ya pudo detenerle. Me la introdujo fuertemente, sin ningún tacto ni mimo, y a causa de su inexperiencia, su pene se salía y volvía a entrar. A cada acometida yo gritaba como un loco. Me estaba empalando. Me estaba reventando por dentro, usando su fuerza y su brutalidad hasta ahora insospechadas. Le oía jadear a mis espaldas, mientras yo sentía mi culo como si me fuese a estallar... Siguió pajeándome mientras empujaba su barra de carne en mis entrañas. Unas cuantas acometidas más y me corrí... Toda mi leche cayó sobre el sofá, y pese a que me dolía tenerle dentro, fue el orgasmo más intenso que nunca tuve.

Me quedé temblando y pronto los jadeos de mi hermano se intensificaron y noté una tibieza en mi culo. El muy cabrón descargó dentro de mí. Cuando terminó dijo:

- Acabo de follarme a mi hermano mayor... ¡qué pasada!

Luego se salió y fue a limpiarse. A continuación se tomó un plátano. Y no es que desde entonces lo hagamos cada día... no, yo creo que para él fue un hecho aislado. Alberto siguió con sus novias y sus amigas, hasta que se echó novia formal cuando cumplió veinte años, se casaron y tuvieron hijos. Por mi parte yo dejé a mi novia, porque decididamente no me apetecía casarme con ella... Ahora voy con chicos... Y soy feliz así.

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