domingo, 3 de septiembre de 2006

En familia


Cuando murió mi abuelo, nuestra abuela dejó el pueblo y se vino a Madrid para vivir con nosotros. Yo tengo 17 años, y mi hermano 16, este, cedió su habitación
a la abuela y vino a compartir la que yo ocupaba que es la más grande de la casa.
Somos una familia como tantas. Por la diferencia de edad, cada uno tiene sus propias amistades, aunque, normalmente, acudimos a los mismos lugares del barrio. Tenemos una piscina pública al lado de casa y en ella pasamos casi todas nuestras horas libres durante el buen tiempo, incluso, los fines de semana, comemos en ella.
Mi padre trabaja en un banco, mi madre se ocupa de todo lo de la casa. La abuela se adaptó enseguida a este ambiente.
Una noche sentí ruidos en la cama de Mario, mi hermano.
La ventana de la calle estaba abierta y por ella penetraba un poco de luz. Mi hermano se estaba masturbando. Me quedé quieto para no interrumpirle.
Su mano se movía rítmicamente. Subía y bajaba desde el mismo tronco de la polla hasta su cabeza. Cuando eyaculó, se agitó aun más, suspiró contenidamente y, sin prender la luz, se levantó de la cama y se fue al baño de puntillas. Mi polla se lanzó a abrirse paso por el slip,
para escapar de su encierro. La acomodé como pude y me quedé quieto. Mario regresó del baño y tranquilamente se durmió. Esperé un momento y fuí al servicio para masturbarme yo también. Miré mi cuerpo reflejado en el espejo del baño y mi calentura aumentó notablemente. El glande de mi polla se descubría a cada movimiento de mi mano y, enseguida, lancé un enorme chorro de semen dentro del lavabo. Me limpié con la toalla húmeda, refresqué mi pecho, el cuello, las axilas, los gluteos e imitando a mi hermano, me dormí.

Era casi mediodía. No se cuantas horas pasaron.
Me despertó la voz de Mario que gritaba:

-¿Qué pasa, tio? ¿Hasta cuando vas a estar durmiendo?
Yo me voy a la piscina, ¿sabes?

-Hasta luego -le respondí todavía entre sueños.

Mario se vistió rápidamente.
Se puso un bañador pequeño con las letras del club y, al colocarselo, comprobé que estaba tan desarrollado como yo. Tenía una polla casi tan grande como la mía. Le costó bastante trabajo metersela dentro del pantalón de baño.
Mario se marchó y yo me quedé pensando que el asunto venía de familia, pues si yo tenia una buena polla, mi hermano menor no se quedaba atras y mi padre, a quien se la había visto más de una vez en las duchas de la piscina gastaba un cacharro de proporciones casi exageradas.
Mientras me vestía, cuando decidí levantarme, pensé en la paja de mi hermanillo y en la mía propia. Me puse cachondísimo y tuve que volver a masturbarme. Gocé
de nuevo y me temblaron las piernas.
Me gustaba mucho hacerme pajas. En las duchas del club, me las hacía también muchas veces en unión de los compañeros. Nos pajeabamos todos, comentando lo buena que estaba tal o cual chica.
Por la tarde de aquel día el sol se nubló y por la noche comenzó a llover, asi que nos quedamos en familia, mirando la televisión hasta el final. Enseguida la familia se repartió en sus habitaciones para dormir. Mario y yo ocupamos la nuestra. Sin esperar a que yo me durmiera, Mario comenzó a masturbarse. Me dió rabia, por eso tambien comencé a menearmela en sus propias narices. Terminó él antes que yo y gruñendo de placer.
La lluvia continuaba cayendo. Al terminar de correrme, fuí al baño y, cuando regresé de él, encontré al chaval, mirando por la ventana.

-Bueno -dijo - una pajita para antes de dormir no esta mal, ¿verdad?
Ademas es gratis.

Nos reimos.

-¿A ver cómo es la tuya? -me preguntó, cogiendome, sin esperar a que hablara, mi polla para medirsela con la suya.
Yo comencé a ponerme cachondo otra vez.

-Esto crece! -dijo mi hermano-. Bueno es mejor, por que así nos la
podemos medir más fácilmente.

Con la luz de la calle pudimos ver cómo crecían ambas pollas.

-Los dos tenemos una buena polla! -continuó diciendo mi hermano.

-También papa la tiene bastante grande -respondí yo-.
Debe ser cuestión de familia.

De repente, Mario dijo:

-Déjame que te haga una paja, Miguel!.

-¿Estas loco?! -le conteste.

Su mano, sin embargo, se agarró a mi polla, Yo perdí el equilibrio y caí sobre él, teniendole que abrazar. El chaval aprovechó el incidente para colocarse mi polla entre las piernas. Dando movimiento a su cintura, comenzó a proporcionarme placer con sus muslos, mientras que su polla se restregaba contra mi vientre.
Cuando llegó la explosión, yo me corrí entre sus piernas y él en mi barriga. Después
fuimos al servicio para limpiarnos. Nos metimos en la ducha y me dejé enjabonar por Mario. Yo hice lo mismo con él y, por primera vez, nos acariciamos totalmente y sin pudor alguno.
Nos besamos boca a boca y nuestros dedos penetraron en la gruta del otro. Pude comprobar que mi hermanito era un experto en todo aquello.
En la cama, mientras fumabamos un cigarrillo algo después, hablamos así:

-Te confieso Miguel, que yo siempre tenía ganas de abordarte, pero me daba mucho apuro. Cuando te ví masturbarte la otra noche, casi me paso a tu cama.

-¿Así que tampoco dormías? -le pregunte yo.
¡Vaya! ¡Vaya con el niño!

-¿Niño? -arguyó él, medio enfadado - te puedo enseñar muchas más cosas
de las que te supones.

-Mañana -le respondí-, ahora me estoy muriendo de sueño.

La mañana siguiente amaneció nublada. La abuela pidió que la llevaran al pueblo y mi madre se fué con ella.
Nos quedamos solos Mario y yo. Mi padre había ido a trabajar, dejandonos dicho que nos reunieramos con él en un restaurante de aquella zona. Volvimos a ducharnos juntos y Mario, en un momento en que yo me doblaba para recoger la pastilla de jabón, intentó morderme la polla.
Luego, con un pequeño impulso mío, se la metió en la boca. Yo tenía la polla flácida y esto le ayudó para tragarsela toda. Me asombré de la cara dura del niño, pero aquello me gustaba y sólo acerte a decir:

-¡Sigue, por favor! ¡Sigue...!

-¡Nada de eso! -respondió él, soltando su presa - ¡es tarde y papa nos espera!
Esta noche a lo mejor... -añadió sonriendo con picardía.

Nos vestimos, salimos a la calle y tomamos el metro.
Durante el viaje, Mario no dejó de tocarme por todas partes.
Comimos con papa en el restaurante. Luego volvimos los tres juntos a casa.
Por la noche, juntos también los tres, nos pusimos a mirar la televisión.
Hacía calor, por eso decidimos quedarnos en slip todos.
Sonó el teléfono. Era mi madre que nos llamaba desde el pueblo, para decir que había llegado bien.
Comenzó la película de la noche.

-Hacedme un poco de café -dijo mi padre.

-Mejor un cubata! -añadió Mario.

-Eso! -insisti yo- un cubata nos hará dormir bien.

A mitad de la película, Mario comenzó a hacer payasadas.

- Creo que el pequeño se ha mareado - me insinuó mi padre.

-¡¡¿El pequeño?!! -gritó rápidamente Mario-. ¿Este es el pequeño? -añadió, enseñandonos su enorme pedazo de polla.- ¡¿Este es el pequeño?!

Se acercó a mí, sacudiéndose continuamente y tratando de ponersela dura.
Mi padre se reía y yo también.

-¡Cabrones! -dijo el chaval-. Sois dos contra uno.

Y se fué dando tumbos hacia el interior de la casa.
Cuando pasó un rato, mi padre, al ver que Mario no regresaba, fué a ver que hacía. Yo le seguí. El chaval estaba en la habitación grande, que era la de mis padres, tumbado en la cama, completamente desnudo y con la polla apuntando al techo.

-¡Vamos a darle un baño! -dije yo.

-¡Mejor me haceis una paja y vereis qué bien me quedo!

Mi padre no quiso escucharle y le respondió:

-¡Anda! ¡Anda! Vete a dormir.

-¡No quiero! ¿Sabes una cosa, papa? Miguel se la menea todas las noches antes de dormirse.

-¡Tu también! -le grité yo.

-¡Bueno! ¡Bueno! -contemporizó mi padre-. A vuestra edad yo también lo hacía.

-¿Ves? -concluyó mi hermano- nos hacemos una paja los tres antes de dormirnos y nos quedamos tan a gusto.

Mi padre hizo algo que me dejó asombrado. Se sentó en la cama y comenzó a acariciar la polla de Mario. Yo estaba de pie sin saber qué decir ni qué hacer. Hizo bajar la intensidad de la luz de la habitación.
Luego me atrajo hacia él, me bajó el slip y comenzó también a sobarme la polla. Se tumbó en la cama, dejando que su cacharro saliera del calzoncillo que lo tapaba. Continuó acariciandonos las pollas. Mario cogió la de él. Mi hermano me empujó para que acercase mi boca a la polla de mi padre.
Los cuarenta y bien conservados años de mi padre, me parecieron en aquel momento muchos menos, pues tenía una polla que, aunque algo mayor que la de mi hermano y mía, en nada se diferenciaba de las nuestras. Chupé aquel enorme pedazo de carne, abriendo mi boca cuanto pude. Mi padre se puso de rodillas entre nosotros dos. Su gran rabo se alzaba tieso y duro. Comenzó entonces a chuparnos a nosotros a intervalos. Fuimos cambiando de postura. Lo mismo estabamos arriba que abajo, chupando que tocando. Los dedos buscaban los glúteos y el orificio del culo. En un momento, Mario, que estaba boca abajo, levantó su culo y yo le besé en el mismo ano. Me puse de rodillas y mi padre metió la lengua en el mío, haciendome estremecer de gusto. Mi picha, completamente tiesa, se abrió camino por los glúteos de mi hermanito, perdiéndose poco a poco hasta quedar perfectamente envainada con los cojones golpeandole en la entrada.
Sentí los dedos de mi padre en mí, lubricandome la entrada del ano y enseguida noté cómo la estaca mayúscula de mi padre atravesaba mi portal. Me sentí traspasado y el dolor de las embestidas de aquel duro cipote que buscaba el goce de mis carnes, me hizo gemir. Pero el placer era mayor, mucho mayor que el sufrimiento.
Jadeé de satisfación y me pareció que me rasgaba por la mitad. Moví el cuerpo, alcanzando un orgasmo a lo bestia dentro de mi hermano, al tiempo que sentia la corrida de mi padre en mis entrañas con absoluta furia salvaje. Luego me puse a disposición de Mario que me poseyó y en un par de emboladas, largó todo lo que tenía reservado para mí.
Luego, sin palabras, agotados completamente, y satisfechos, nos quedamos dormidos.
Despertamos casi al mediodía, deseosos de hacer algo más y, como siempre, fué
mi hermano quien inició la jornada, penetrando a nuestro padre, ayudado por mis manos y con la lubrificación de mi propia saliva. Se corrió rápidamente. Luego, se sentó al borde de la cama, alzo sus piernas para que yo le lubrificara con mi lengua el pequeño agujero de su ano y mi padre le colocara en él sus veinte centímetros de carne poyateril que al poco rato soltaba ríos de leche inundando a Mario y transportandole a un paraíso de placer.

Para terminar, dire que mi padre, mi hermano y yo, desde entonces y siempre que podemos, volvemos a follar como entonces y que cada noche, en nuestro dormitorio, Mario y yo jodemos a placer, sin que por ello sintamos culpabilidad o vergüenza alguna, tan solo damos y recibimos placer.

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