lunes, 10 de noviembre de 2014

Mamada a mi hermano. Estoy preparado





Durante tres días tuve el sabor de la leche de Ahmed en mi boca. Comiera lo que comiera y bebiese lo que bebiese, no había forma de que desapareciese ese maravilloso sabor- Era algo extraño, agridulce,e inmensamente penetrante. Esos días me lavé tanto los dientes que hasta mi madre se dio cuenta de que algo me estaba ocurriendo. Quería quitarme esa sensación. Sabía que lo que había hecho estaba mal y pretendía así poder olvidarlo, pero era imposible borrar aquel rastro lechoso de mi garganta, la polla de mi hermano, su olor, el sabor de aquella leche, todo...se habían clavado en lo más hondo de mi ser. ¡Qué miedo me daba que alguien supiese lo que había hecho!, aún hoy puedo sentir aquella vara humana entre mis manos, incluso sus palpitaciones, puedo oír sus gemidos, puedo sentir aquellas enérgicas gotas cayendo en mi cara y mis labios. Las recuerdo espesas y calientes, puedo sentir su textura, como chorreaban en forma de lágrima...
Los años han pasado. Muchos han habitado mi cama, muchos, pero ninguno jamás me marcó de la misma forma en que lo hizo mi hermano. Desde el mismo momento en que sentí mi primera erección tuve claro que quería hacer todo eso con mi hermano.

Ahmed pasó tres días como si nada hubiera ocurrido entre nosotros. Se levantaba temprano, corría por la playa como todos los días, aunque no se bañaba en el mar, al menos, no desnudo. Yo me estaba volviendo loco, quería volver a repetir, quería que mi hermano me abrazase, me dijese lo mucho que le había gustado lo de la otra noche, quería que me pidiese que por favor se lo hiciese de nuevo pero, en lugar de eso, permanecía impasible. Trabajaba como siempre con mi padre y a la hora de dormir, seguía durmiendo en ropa interior, pero apagaba la luz muy pronto y no quería hablar. Por mucho que le insistiese o le preguntase cosas por la noche, no me contestaba. Yo estaba absolutamente fuera de mí. Llevaba tres días tocándome la polla como un loco, y loco me estaba volviendo porque, aunque era una sensación muy agradable, no conseguía correrme. El nerviosismo que me provocaba tener una erección era enorme, miraba a mi padre trabajar y me empalmaba, miraba a mi hermano correr y me empalmaba. Todo, absolutamente todo me provocaba erecciones. Me gustaba esa sensación de cosquilleo que subía desde mis huevos hasta mi rabo mientras éste iba creciendo. Cogía mi polla y hacía exactamente lo que mi hermano me había enseñado, movía mi mano de arriba a abajo y al revés, y lo único que conseguía era que que se pusiese más y más dura, pero nada más. Llegaba un momento en que me empezaban a doler los huevos y lo dejaba, paraba un rato y más tarde volvía a empezar.

Dicen que a la tercera va la vencida y yo, a la tercera noche, sucumbí a las tentaciones y me volví a dejar llevar, siguiendo mis impulsos.

Ahmed estaba profundamente dormido. Esa noche recuerdo que había estado fumando de la pipa con mi padre y a éste le gustaba ponerle un poco de hachís porque decía que le ayudaba a conciliar el sueño. La prueba era que cuando mi hermano fumaba con mi padre dormía como un tronco.
Una vez más repetiré lo caluroso que fue ese verano, Gracias a ello mi hermano dormía encima de la cama sin tan siquiera taparse con la sábana. Tenía a mi entera disposición aquel cuerpo curtido por el sol y definido por las horas de trabajo con mi padre.
Aquello fue indescriptible. Mi cuerpo temblaba sin control. Una vez más iba a jugar al juego prohibido pero, esta vez, sin que él fuese consciente. Me acerqué y observé su rostro, era tan guapo...
Acerqué mi boca a la suya y rocé levemente mis labios contra los suyos. Fue mi primer beso, casto y puro, inocente y peligroso. Los pelillos de su bigote me hicieron cosquillas. Mi hermano tenía la típica nariz grande, podríamos decir que encarna a la perfección el perfil de chico árabe, tiene todos los rasgos.


Con uno de mis dedos recorrí su pecho y su abdomen, jugueteé un poco con sus pezones para acabar colándolo en su ombligo. Después recorrí aquel caminíto peludo que me llevó justo hasta el borde de su calzoncillo. La tela de la parte delantera se veía bastante tensa, como si fuese muy poca tela para albelgar tanta carne. Ahmed continuaba profundamente dormido y espatarrado con los brazos abiertos sobre su cama. Muy despacio liberé aquella fiera de su trampa. Bajé el calzoncillo con todo esmero, cuidado y suavidad que pude. Una vez más, un trozo de carne saltó al vacío. Aquel impetu golpeó directamente en mi cara. Me quedé inmóvil observando a mi hermano, no estaba empalmado pero, a pesar de eso era muy grande, morcillona, como entre dos aguas. Su glande era enorme y rosáceo, como un champiñón desmesurado. Las venas no se le marcaban tanto como la otra noche pero se percibían igualmente. Sus huevos eran gordos y me dí cuenta que no tenían tanto pelo como había pensado.

Me acerqué y le olí la polla. Aspiré todo su aroma. Quería disfrutar al máximo de ese momento. Me encantó el olor a macho que desprendía aquel rabo. Con un dedo recorrí el largo de aquella extremidad recortada, muy suavemente, con la yema de mi dedo, pero parando en cada venita, cada pliegue, cada lunar. Aquel rabo se iba irguiendo tan lentamente como yo lo recorría con mi dedo. Aquella hinchazón crecía y crecía. Ver cómo esa enorme serpiente se iba poniendo solo en pie era un regalo para la vista pero también para el tacto. Volví a mirarle a la cara me daba miedo a que se despertase, pero seguía roncando, así que me lancé. Abrí la boca todo lo que pude y fui a su caza. Aunque pareciese muy lanzado, no sabía nada de nada, como hacerlo, me dejaba llevar sin  más.
Tomé aire y volví a la carga, al apoyar mi lengua en aquel enorme cabezón sentí su sabor salado, pero agradable. Aquella polla sintió el abrazo húmedo y caliente de mi lengua y terminó de ponerse dura como un palo, firme como un fusil.

Sabía salado, tal vez por los restos de pis, el sudor o el semen...El caso es que cuando me quise dar cuenta, ya tenía aquella pitón entera incrustada en la garganta, casi hasta las amígdalas. Me costaba moverme porque no estaba acostumbrado a tener todo aquello dentro de la boca. Mientras la  devoraba intentaba observar la cara de mi hermano. La sorpresa vino cuando me di cuenta de que, a pesar de que dormía como un niño, tenía dibujada en la cara una sonrisa de felicidad.

Ahmed sudaba muchísimo, supongo que por lo caluroso de la noche y el fulgor de la mamada. Con toda esa barrra de pan en la boca, me costaba un poco controlar mis babillas, que resbalaban en forma de hilos líquidos y transparentes por sus cojones, hasta acabar bañando su culo. Cada vez abría más y más las piernas y todas mis babas resbalaban por su ojete. Sus manos paseaban furtivamente por sus pezones y su abdomen, como si estuviese disfrutando de una morbosa pesadilla. Yo, mientras tanto, con una mano agarraba aquel manjar que estaba deleintando y movía mi lengua como si me estuviese comiendo un helado de cucurucho.

Seguí clavando la punta de mi lengua en el agujero de la punta de su polla, de donde me había percatado que ya había empezado a salir un líquido transparente, como si fuese una babilla. Yo la sorbí con fuerza, no quería perderme nada. Comía con ansia, como si llevase mucho tiempo sin comer. Comía con codicia, como si alguien me fuese a robar la comida del plato. Seguí chupando aquel mástil y sentí cómo se endurecía a cada embestida. Sus venas estaban tan hinchadas que parecía que fuesen a estallar. Mi polla hinchada palpitaba bajo la tela de mis calzoncillos, suplicando un poco de atención que yo desconocía como acabar, pero me daba placer sentirla dura.

Mi lengua surcaba todos y cada uno de los pliegues de su piel. De repente una enorme contracción hizo que aquel volcán entrase en erupción y un enorme chorro de lava saltó a mi garganta. Como no lo esperaba, lo tragué automáticamente. El segundo, el tercero y el cuarto los mantuve en mi boca un buen rato, mientras seguía chupando todo lo que de allí salía.

Al correrse Ahmed gimió de placer, pero esta vez no pudo morderse el labio. Al contrario como estaba dormido, se dejó llevar libremente. Yo tenía el resultado de aquella mamamda y el contenido de aquellos enormes huevos, que volvían a colgar como el día de la playa, en mi boca. Lo saboreé, lo pasé de un lado a otro como si de un enjuague bucal se tratase. Me gustaba su textura pegajosa y luego, sin más, lo tragué. Quería mantener ese sabor en mi boca para siempre. Toda aquella cantidad de leche bajando por mi garganta me provocó un poco de tos pero me tapé la boca para no hacer ruido. Sentía la mandíbula desencajada por el tamaño del bulto que había tenido que tragar, los labios hinchados de tanto chupar y la garganta dilatada de haber tenido ese enorme nabo entrando y saliendo de ella a su antojo.

Me tumbé ne la cama, cerré los ojos y me dormí feliz porque todo el miedo había merecido la pena.

Pasó más de un año desde la última vez que mantuve algún tipo de contacto sexual con Ahmed. De vez en cuando dejaba que le sobase un poco la polla. Si estaba fumado o se hacía el dormido nunca lo tuve realmente claro, se la mamaba hasta que acababa corriéndose en mi boca. Me seguía el juego únicamente cuando estaba caliente, pero esto ocurría cada vez con menos frecuencia, sobre todo desde que se echó novia. El día que Ahmed me dijo que estaba con Fátima sntí un peso tan grande sobre mis hombros que a punto estuve de desmayarme. Nunca antes había sentido una pena tan grande. Fue uno de los peores años de mi vida. Hasta ese momento me bastaba con que mi hermano me dejase que le hiciese una paja o una mamada un par de veces por semana. Me bastaba con besarle los labios tímidamente cuando dormía, rozándolos apenas...me conformaba con muy poco, claro que tampoco conocía más y para mi ya era suficiente.

El día que me acerqué a mi hermano y me sujetó la mano firmemente en forma de negativa, fue tan y tan triste...su mirada de reproche me quemó la cara, clavándome la culpabilidad de los dos sobre la espalda.

El maricón no se hace, nace y él estaba claro que no lo era...

'Estoy preparado' 

Khaló Alí



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