jueves, 7 de septiembre de 2006

No es eso, no es eso

Cuantas horas la derrota a merced del viento desaliento, tiempo dañado, sin sentido triste de amor triste de amor.

Y así, así se me quedó la cara de cretino, palido, tísico, de antiguo, de esclavo. Ahora lo se y me enfado por ladrón, por ladrón de mi mismo que es peor, por caminar el pasillo directo a nada, y después, la nada.

Me ofenden las horas perdidas, las mias si, ¡gran tonto yo! ¡y mil veces tonto! las horas intolerables escribiendo sobre vosotros mis amados desleales ¡tantos elogios!tantos felices futiles versos basura, que rima con basura.

Denunciando, a mi, o a nadie con esa sonrisa de cínico estúpido que es novedad,vuestros engaños

Aún guardo aquellos papeles donde uní letras y letras unas tras otras, exasperadamente, con tiras de esparadrapo, no se si las quiero, te las regalo, me las arranco, y se van marañas de piel.

Renuncio al amor finito y al infinito dolor, y anuncio una leccion demasiado elemental, no hay tiempo para suplir al tiempo.

Os lo aseguro queria vivir la verdad y no me han dejado, me han obligado a soñar, acepto porque ni puedo creer lo que veo ni lo que existe es cierto, y siento que ya no siento.

A partir de ahora horas sin vuelta de hoja, me zambullo en la fantasia, temo, cierro los ojos, voy a volverme loco.

Érase una vez...-imagina una melodía, un adaggio barroco de estio, Vivaldi por ejemplo-Érase un hombre que amaba un hombre y él le amaba.

Levantaria un dedo porque se que puedo, congelaría la imagen del sol aun caliente, y no tanto.

A media tarde de Agosto hacia las 6 o las 7 cuando las golondrinas se atreven a arañar el cielo, cuando cruje la pinaza exhausta, la buena hora para ducharse despacio y escurrir el cabello directamente en los hombros, cuando me apetece reencontrarte desnudo, dormido como un potro brumo sobre las sábanas.

Te acaricio y te admiro porque eres leal porque te gusta abrazarme sin más.
Sentirte en mi ombligo, esa suave quietud del gozo, mudo incluso algo tímido.

El pálpito vermellón del atardecer suspendido, la pereza. Los espejismos simultáneos, campanas. Enseguida leeré otro capítulo de un libro cualquiera abierto sobre tu espalda.

Mi mejilla en tu nalga fina, fresca, meciéndome en las nubes de tu respiración, la brisa, las cortinas de hilo, el jarrón con flores blancas, los peines, los vasos con agua, el péndulo, las glicinas en la terraza...

Me duermo contigo, conmigo quien quieres contigo. No es eso, no es eso.

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