martes, 19 de septiembre de 2006

Mis compañeros de residencia


Era mi tercer año en la universidad, pero el primero en aquella residencia. La habitación estaba bien. Era espaciosa, estaba muy bien equipada y el campus era agradable. Me quedaba muy cerca de la universidad y también del centro, así que no era un mal negocio a pesar del precio.

En la habitación había una pequeña cocina y un fregadero, pero el cuarto de baño lo compartía con los dos chicos de las dos habitaciones de al lado: cada habitación tenía una puerta que daba sobre el baño completo. Aunque estaba bien equipado, no había toda la intimidad que se hubiese podido desear, pero a mis dos compañeros y a mi tampoco nos importaba demasiado.

Mateo es pequeño, delgado y no especialmente musculoso. Tiene unos ojos verdes preciosos y muy especiales, así como turquesa oscuro. Siempre viste muy a la moda (algo pijo si que es) y nadie puede negarme que es muy guapo. Era su primer año en la universidad; estudiaba matemáticas y apenas tenia 17 años.

William es un estudiante inglés. Llevaba un año en la universidad y había decidido quedarse. Tiene una cara un tanto especial. Muchos dirían que es feo: tiene los dientes separados entre si, las orejas de soplillo, es pelirrojo y pecoso. Sin embargo su cara siempre me ha producido un morbo especial. Recuerdo que a veces bromeábamos diciendo que podía presentarse a un casting en las compañías esas que buscan modelos feos. El estaba en cuarto año de Relaciones Internacionales o algo así.

Fue en William en quien me fijé primero. Yo soy bisexual pero nunca me había atrevido a nada con un chico, me había limitado a mis fantasías. No obstante William me producía un morbo terrible y a veces hasta me quedaba un poco como atontado mirandole.

Rápidamente entablamos confianza. Los dos eran muy majos y enseguida hicimos buenas migas. A los diez días de conocernos hicimos la que seria la primera de un gran número de cenas los tres solos aquel año. La hicimos en la habitación de William, que estaba del otro lado del baño frente a mi puerta (la de Mateo daba al baño por uno de los lados).

Mateo se encargó de la comida (bromeamos diciéndole a William que los ingleses no sabían cocinar, aunque luego resultó ser un excelente cocinero). No fue un banquete de boda, pero estaba bueno y lo importante no era la comida sino el ambiente. Nos lo pasamos muy bien los tres juntos y a partir de entonces fuimos casi inseparables.

La rutina de la universidad se instaló rápidamente. Yo tenia cada vez mas cosas que hacer y menos tiempo para hacerlas, pero seguía saliendo con mis amigos, con los colegas de la universidad y con mis dos compañeros de la residencia. Solíamos cenar en la habitación de uno de los tres y luego salir por ahí.

Una noche de finales de octubre hacia mucho frío y decidimos quedarnos en la habitación después de cenar. Bebimos mucho, demasiado. Acabamos los tres diciéndonos lo mucho que nos queríamos tumbados sobre la alfombra de la habitación de Mateo.

Al cabo de un rato Mateo cayó rendido en su cama. Yo era el que estaba en mejor estado –dentro de lo que cabe- y acabé convenciendo a Will para que se fuera a su habitación. Le acompañé y entre risas seguimos hablando un rato. El se había tumbado en su cama, yo estaba tumbado a los pies de ésta, apoyado contra la pared. Al cabo de un rato me di cuenta de que Will se había quedado dormido oyéndome hablar.

Le mandé a la mierda y decidí irme a mi cuarto. Cuando me estaba levantando Will se movió, patoso, y me dio una patada sin querer. Me di cuenta de que llevaba las botas puestas y decidí quitárselos, para que estuviese más cómodo. No fue nada fácil, los cierres eran muy difíciles de abrir (y yo no estaba como para andar descubriendo nuevas formas de desatar zapatos). Ya que estaba, decidí quitarle la camisa para meterle en la cama. Para mi sorpresa, Will no tenía ni un pelo en el pecho. Era más bien blandengue, pero no tenía ni un gramo de grasa de más. Le quité los vaqueros (toda una hazaña en aquellas condiciones).

Hasta entonces había actuado sin malicia. Sin embargo me di cuenta de repente que lo tenia delante de mi casi desnudo e inconsciente. La situación me excitó mucho, pero me volví a mi habitación a regañadientes. Dudé tanto que cuando estaba a punto de echarme en mi cama, cambié de opinión. Volví al cuarto de Will, que estaba iluminado solo con la lámpara de su mesilla de noche. Parecía completamente rendido. Aparté las sabanas, que de todas formas apenas le cubrían y observé su cuerpo delgado y su cara dormida que tanto morbo daba.

Me fijé en sus feos gallumbos rojos. Eran unos bóxer gastados de los que se veían salir algunos pelos rubios y pelirrojos. Solo de estar en esa posición mirando a mi amigo me estaba poniendo bastante caliente, y empecé a notar que se me ponía morcillona. Envalentonado por el calentón y la borrachera me puse de rodillas junto a la cama (para tambalearme lo menos posible) e intenté desabrocharle el bóxer.

Era realmente raro, una especie de pantalón corto demasiado largo. Tenia botones desde arriba del todo hasta abajo, lo que hacia que se abriese como un verdadero pantalón. Comencé a desabotonar el bóxer intentando que lo notara lo menos posible. Al cabo del tercer botón empecé a ver la base de su pene envuelto en abundante pelo. A medida que seguía bajando y desabrochando los botones me daba cuenta de algo que me dejo de piedra: el tamaño de su pene.

Estaba completamente en reposo y aun así era muy ancho y largo. Acabe por desabrocharle todos los botones y aun así no conseguía verle la punta de la polla. Es la mayor polla que haya visto nunca. Deseando verla entera, me decidí a sacársela de los gallumbos. Entonces entendí por qué esa prenda era tan larga: era la única forma de cubrir semejante herramienta. Al sentir el contacto con mi mano su verga reaccionó y se puso morcillona. Le aparte un poco la piel y se la meneé apenas. Se puso completamente recta, apuntando al techo. La verdad es que erecta tenía un tamaño apenas superior a su estado de reposo; la diferencia es que ahora estaba muy dura. Intenté abarcarla con la mano y no lo conseguí.

Yo no podía más de la excitación, pero no me atrevía a hacerle nada más por temor a que se despertase. Me abrí los pantalones y me bajé los calzoncillos. El simple hecho de tener aquel espectáculo delante de mi hacia que aquella fuese la mejor paja que me había hecho hasta entonces. Su polla estaba a apenas unos centímetros de mi cara, brillante, palpitante, aromática, jugosa. No pude resistirlo y sin dejar de masturbarme acerqué mi boca a aquella gominola maravillosa. Apenas la toqué con mi golosa lengua y Will resopló y cambio de postura. Mi corazón dio un vuelco.

No se había despertado pero yo tenía el corazón desbocado. Además ahora me daba la espalda, así que solo veía su culo rosado. Acabé por irme a mi habitación para acabar con la paja que había empezado y para tranquilizarme un poco. Estaba tan excitado que me la casqué dos veces antes de que se me pasara realmente el calentón.

Para entonces mi borrachera ya se había pasado y yo decidí volver a su habitación: tenia que tapar la prueba del delito. Con sumo cuidado, conseguí que volviese a tumbarse sobre la espalda. Su "soldado" había perdido fuerza pero como reaccionaba cada vez que lo tocaba, me costo bastante meterlo de nuevo en su "garita". Por fin cerré el último botón.

Lo miré una vez más, tumbado tranquilamente en su cama, como un feliz duende gigante. Apagué la luz. Y esta vez si, me fui a acostar a mi habitación.


Mis compañeros de residencia (2)

No olvidaré nunca la noche en que vi desnudo a Will en su habitación. Después de ese día hasta me costaba guardar la compostura y no dejaba de sorprenderme a mi mismo mirándole el paquete a mi amigo.

Pero la vida seguía adelante, como pasa siempre. Los días se hacían mas cortos, los catarros más frecuentes y la gente se había acostumbrado a la rutina. Ese otoño estaba siendo realmente agotador y soso, tanto para mí como para Mateo, mi otro compañero de la residencia. Mateo empezaba a estar un poco deprimido. Llevaba 15 días estando algo raro y silencioso. Aunque teníamos bastante confianza, a mi me costaba preguntarle qué le preocupaba y él no parecía estar por la labor de darme ninguna pista. La primera semana de diciembre organizaron en la residencia una fiesta con la excusa de decorar el árbol de Navidad de la sala común. Esas fiestas nunca me han gustado demasiado, pero me pareció interesante invitar a Mateo, para intentar sacarle de su habitación y animarle.

El se negó desde el principio. Y yo insistí desde el principio. La víspera de la fiesta yo volvía de clase por la tarde cuando me lo encontré en el cuarto de baño, afeitándose.

Buenas… -saludé-

Hola –me miro a través de mi reflejo en el espejo y me lanzo una tímida sonrisa-.

¿Qué? Poniéndote guapo para la fiesta de mañana –aproveché la situación-.

Ya te he dicho que no voy a ir… -resoplo, impaciente-

Chico, ven aunque solo sea por un rato. Los franceses van a preparar vino caliente. Nunca lo he probado, ¿tu si? –su rictus inmutable significaba que no- ¿Y no te apetece descubrir como sabe?

El sacudió la navaja de afeitar para aclararla.

No, ya lo haré en otra ocasión.

Venga, si yo tampoco pienso quedarme mucho tiempo. Lo justo para ir allá, probar el vino ese, estar un rato y volver. De todas formas al día siguiente tengo clase.

Pues que te acompañe Will –miraba al lavabo quitando pelos-

Iba a responder cuando Will entro en el cuarto de baño, sonriente como siempre.

¿Qué decís de mi?

Nada, le decía a éste –contesto Mateo señalándome con la cabeza- que si quería ir con alguien a lo del árbol, que fuese contigo.

Lo siente, chicos…

Siento –corrigió Mateo, que se pasaba el día corrigiendo a Will, de mutuo acuerdo entre ellos-

Eso mismo –acepto Will-. Lo siento pero no iré mañana. -Me giré hacia él en guisa de pregunta-. ¡He conseguido ligar con Fernanda, la portuguesa de la que os hablo!

Hablé –corrigió Mateo-

Eso –reconoció Will-

¡Enhorabuena! –le di una palmada en el hombro pensando en la suerte que tenia la tal Fernanda-

Vamos a cenar mañana.

Entonces tienes que venir conmigo –repliqué a Mateo-.

¡Qué pesado eres! ¡Si ya ves que no va a ir nadie! –me respondió-

Pues razón de más para venir conmigo… Sino solo van a estar los pijos y los italianos hablando entre ellos y va a ser un tostón.

No piensas dejarme en paz, ¿verdad? –se giró para mirarme directamente. En su cara triste sus ojos casi turquesa brillaban un poco. De pié, desnudo de cintura para arriba, con los pelos revueltos, Mateo estaba guapísimo.

No –sonreí de oreja a oreja-

Entonces iré contigo –se resigno mientras volvía a mirarse en el espejo-. Pero solo un rato.

¡Así me gusta!


Al día siguiente fuimos los dos al salón hacia las 21h30. Acababa de empezar la música y el árbol llevaba listo desde las 6 de la tarde, como suele pasar en esas reuniones. No estaba nadie de con los que nos hablábamos, así que nos serví un poco del vino caliente –dulzon pero muy bueno- y nos sentamos en un sofá.

Mateo no se había arreglado mucho pero estaba guapísimo. Vestido muy "casual", como dicen los ingleses, parecía un modelo. Al principio casi no hablamos, pero acabamos entablando la conversación que a mi tanto me intrigaba:

¿Vas a decirme por qué estás tan mustio?

No preguntes, no podrías entenderlo…

¿Por qué?

Esperó un rato para contestar, como dudando de si quería hablar de eso o no. Levanto sus preciosos ojos de niño bueno y triste y me miro directamente a los míos.

Tu eres guapo… -empezó a decirme-, listo, simpático, te llevas bien con todo el mundo…

¡Pero que dices! –le interrumpí-.

Siempre estás hablando con alguien, tienes buenos amigos, nunca estás solo.

Yo no sabía qué decir.

¿Te sientes solo? –le pregunté-.

Pues si –dirigió su mirada al fondo de su vaso de plástico, en el que quedaba un cacho de naranja-. Nunca he salido con nadie. Me he mudado tanto que los pocos amigos que he conservado, apenas los veo de vez en cuando. Y estas navidades volveré a pasarlas con mis tíos –los padres de Mateo murieron en un accidente de trafico hace años-. Serán como todas las demás, deprimentes.

No sabía qué contestar a eso. Me acerqué y le toqué el cuello y los hombros con una mano. El volvió a mirarme.

Todo el mundo se siente así de vez en cuando –dije-.

Me lo imagino. Pero no entiendo en qué fallo: hay algo que hace que nadie se fije en mí.

No digas tonterías, estás guapísimo –le afirmé, sincero. El volvió a mirar el cadáver descuartizado de la naranja-.

Pero eso da igual. No le caigo bien a nadie. Nunca nadie se ha enamorado de mí.

No estoy de acuerdo. Siempre estas bromeando y sabes un montón de cosas. Hablar contigo es descubrir un montón de cosas. Lo que pasa es que el amor es difícil de encontrar –Hice una pausa-. No sé como puedes buscarlo, pero debes ser tú mismo y el resto llegara.

Estoy cansado de esperar…

Lo entiendo.

… y creo que ya me gusta alguien.

Ah, ¿si? ¿Quien? –dije sonriendo y dándole una palmada en el hombro-.

No te lo puedo decir. Pero esa persona se interesa por otro, no tengo posibilidad alguna.

¿Sale ya con él?

No, no.

Pues entonces, lánzate! Tienes que encontrar la forma de enamorar a esa persona.


Nos sonreímos. Al cabo de 20 minutos volvimos a nuestras habitaciones. Me eché en la cama pensando en lo encantador que era Mateo. Y me dormí.


Al día siguiente la mañana fue soleada y fría. Mi habitación daba al este, así que me despertó el amanecer. Tenía clase pero seria bastante tarde, así que no tenía prisa. Al principio lo miré sin verlo. Luego me di cuenta de que lo que estaba encima del escritorio no era mío: de pié, apoyado contra la pared, había un cuaderno. En la portada había una foto de una tormenta en el paseo marítimo de la ciudad en la que estudio (me encanta el mar).

Me levanté sin entender, fui descalzo hasta el escritorio, cogi el cuaderno y volví a la cama. Lo abrí por la primera página. La letra era bonita, escrita con pluma. Decía:


No sabes quien soy. Solo puedo decirte que me he fijado en ti pero apenas te conozco y me gustaría conocerte mejor. Como no me atrevo a hablar contigo, y aunque esto te parecerá una locura, me gustaría que me contestases a lo que te estoy escribiendo. Si lo haces, deja el diario en la taquilla 22 de la estación de autobuses (la llave está pegada detrás. Guárdatela, yo tengo otra).

Un abrazo.


Yo estaba alucinado, claro. Cualquiera había podido entrar en mi habitación (tengo la mala costumbre de no cerrar la puerta con llave) pero estaba claro que la persona podía entrar en la residencia… o que conocía a alguien que podía.

Por curiosidad, yo respondí tal y como la persona desconocida había dicho (poca gente puede decir que hable con sus admiradores secretos, al fin y al cabo). Así mantuvimos el contacto por el diario durante dos semanas. Todas las mañanas yo dejaba el diario en la estación, y todas las noches lo recuperaba. Siempre habían escrito algo. Hablábamos de banalidades, en realidad, nada importante. Cada uno divagaba de las impresiones o pensamientos que se había hecho a lo largo del día, de una forma muy platónica.

Dudé durante mucho tiempo, pero tenía la sensación de que era un tío el que escribía. ¿Will? No, porque no había faltas. Al aparecer el diario después de hablar con Mateo, se me ocurrió que fuese él, pero no reconocí su letra. Podía se cualquier otra persona de la residencia. Yo empecé a obsesionarme. Me encantaba aquella relación, pero me inquietaba al mismo tiempo. A raíz de mi paranoia creciente, el día antes de las vacaciones de Navidad escribí en el diario:


Quiero verte, quiero conocerte. Eso no significa que me gustes, pero estoy harto de preguntarme quien eres. Miro a todo el mundo como si fueras tú. Debemos vernos. Quedamos esta tarde a las 6 donde la foto de la portada. Si no vienes, no volveré a escribir.

Hasta esta tarde.


Ese día fui a clase pero estaba tan nervioso que no aguanté más y acabé volviendo a casa. Will estaba preparando la maleta para irse a Inglaterra durante las vacaciones. Mateo estaba en la universidad. Estaba tan nervioso que hablé de lo del diario con Will. El alucinaba y se reía sin parar. Pasamos dos horas imaginando quien podía ser.

Al fin llegaron las cinco y media. Bajé de la habitación y cogi el tranvía. Casi llego tarde. Busqué el banco que aparecía en la portada del diario y me senté. El mar estaba un poco revuelto y todo se parecía mucho a la imagen del diario. Yo sentía como si la sangre no me llagase a la cabeza. Pensé en irme, pero no podía, tenia que acabar con aquello.

Se hacia tarde y no venia nadie. Pensé que había metido miedo a la otra persona. Pensé que no tenía que haber escrito aquello en el diario. Pensé en todas las posibilidades para que esa persona no hubiese venido. Al cabo de un rato me cansé de pensar; me levanté. Lo mejor seria volver a casa.

En el paseo marítimo no había prácticamente nadie debido al mal tiempo. Pero salió de una bocacalle alguien corriendo. Llevaba capucha y bufanda, prácticamente no podía verle. Me miro furtivamente hasta llegar a mi altura. Se paro delante de mí sin aliento. Levanto la cabeza y reconocí sus ojos.


Abracé a Mateo, que respiraba agitadamente en mis brazos. El me devolvió el abrazo.

Las 6, era demasiado pronto, apenas me ha dado tiempo a venir –se disculpo-.

No te preocupes, no te preocupes –le quité la bufanda y la capucha. Estaba tan guapo como siempre-. Así quedaba todo mas peliculero –bromeé-. ¿Por qué has hecho todo esto?

No sabía como decírtelo.

Pero tenemos mucha confianza… podías habérmelo dicho directamente.

Pero no creía que yo pudiera gustarte. Se te caía tanto la baba con Will…

Me puse rojo.

¿Tanto se me notaba?

Mas de lo que se le puede notar a nadie. –Tomo aire-. ¿Le quieres? ¿Sabes si le gustas?

Le animé a andar por el paseo.

No creo que le guste, y él solo me atrae físicamente.

¿Físicamente? Pues guapo tampoco es…

Jeje, no, ya… Pero en cualquier caso no estoy enamorado de él, si es lo que quieres saber.

Sus ojos estaban al borde de las lágrimas. Es tan guapo… le besé. Fue un beso muy corto pero muy bonito. El se puso a llorar con una sonrisa enorme y me volvió a abrazar.

Nunca me habían besado –yo no sabia qué decir o hacer. Le acaricié el pelo. Un alud de preguntas llenaba mi cabeza. Todo era tan repentino!-.

¿Quien escribía en el diario?

Tú y yo –me miraba sin entender mi pregunta-.

Pero no reconocí tu letra

El se rió.

Cuando era pequeño me aburría en clase así que aprendí a escribir con las dos manos. Y no tengo la misma letra con las dos –me miraba con cara de niño pillo que confiesa una trastada-.

Paseamos toda la tarde y la noche, hasta casi las dos de la mañana. Hablamos de todo, de nosotros, de nuestras vidas, como si no nos conociésemos. Hacia muchísimo frió pero apenas lo notábamos. Anduvimos agarrados como si alguien nos fuera a separar y sin vergüenza pese a no estar fuera del armario ninguno de los dos. Cuando volvimos a la residencia, Will no estaba y había dejado una nota diciendo que iba a coger el avión y deseándonos unas "Feliz navidades".

Como a los dos nos encanta el chocolate, cogimos una tableta de turrón, nos tumbamos en mi cama y comimos, siempre sin dejar de hablar. El ya no parecia deprimido, y estaba tal y como a mi me gustaba. Su sonrisa iluminaba mi cara.

Me gustaría dormir contigo –me dijo, tímido-. No tenemos por qué hacer nada. –Me abrazo-, solo quiero tenerte conmigo antes de que te vayas mañana.

Me daba miedo ya que él parecía muy pillado por mi. Le besé y pasamos un rato saboreando el chocolate a medias. Me beso tiernamente bajo la oreja derecha, y a mi me dio un escalofrío. Yo hice lo mismo; aquello se convirtió en nuestro saludo personal.

Noté algo duro en su entrepierna y eso me excito.

Parece que a tu soldadito le gusta el chocolate.

El tuyo tampoco parece inmune.

Muy lentamente nos frotamos el uno al otro, besándonos. Le metí la mano bajo la camiseta. Su torso estaba duro, solo de palparlo me excité al máximo. Mi pene pedía libertad, pero yo no quería romper el momento. El sintió algo y sonriéndome desabrocho el pantalón y lo bajo un poco. Metió su mano en mis bóxer con dificultad. Me acaricio y aprovecho para bajarme los calzoncillos un poco. Yo hice lo propio. Apenas empezamos a rozarnos y a besarnos y ambos nos habíamos corrido sin preocuparnos de nada, entre besos.

Nos desnudamos y nos metimos en mi cama, porque hacia algo de frío. Seguíamos igual de empalmados que al principio. Su polla era perfecta, de tamaño y grosor normales, un color muy apetecible, recta… En general no es una parte del cuerpo que yo considere especialmente bonita, pero la suya es preciosa. Y su torso es tan perfecto como su ingle. Tenia pelo en el torso pero era tan rubio y corto que apenas se notaba.

- Eres perfecto –le dije-

- Lo dices porque no has visto mis piernas ni mis pies –sonrió-. Y tú tampoco estas mal –me beso de nuevo-.

Las caricias no me bastaban. Besé de nuevo junto a su oreja, y luego bajé por el cuello, el torso, el abdomen, hasta rozar los pocos pelos de si ingle. Le miré al tiempo que le masturbaba lentamente y le besé la punta. Sabia magnifico y ya estaba más que húmedo. Su cara de placer me animaba a abarcar aquel delicioso Chupa-Chups. Subía y bajaba por el tronco de su polla entreteniéndome en la punta, al tiempo que le acariciaba los huevos. No me entretuve en su ano pero le toqué los pelos a la base de su escroto y el se estremeció. Sus gemidos se habían convertido en una especie de ronquido grave y periódico que iba in crescendo. Yo chupaba y tragaba líquido preseminal en cantidades similares a los de alguna corrida mientras le acariciaba.

Al cabo de unos minutos se puso tenso y abrió los ojos. Nos miramos profundamente a los ojos mientras él agitaba instintivamente las caderas para impulsar su verga en mi boca. Me inundo de una corrida impresionante, y a la que debí acostumbrarme mas tarde.

Cuando todo acabo, volví a ponerme junto a él y nos besamos por enésima vez. El estaba agotado.

- Gracias –me dijo-.

Yo sonreí. Nos quedamos abrazados. Yo jugaba con su pelo. Hablamos de las relaciones que habíamos tenido o imaginado antes. Mateo es demasiado romántico, nunca había salido con nadie, ni siquiera tonteado. Es homosexual estricto (yo soy bi) y nunca se había atrevido antes con otro chico. Seguimos hablando un rato más, hasta que acabamos durmiéndonos.


Al día siguiente el sol me despertó, como de costumbre. Tenía a Mateo completamente desnudo y dormido junto a mí. No lo había soñado. Estuve un rato observando su cara de niño afeitado, sus ojos un poco almendrados, su boca. Al cabo de un buen rato abrió los ojos. Nos miramos y él me sonrió desperezándose lentamente.

Fue exactamente en ese momento cuando supe que me había enamorado. Acerqué mis labios a los suyos. Después me quedé mirándolo unos segundos en silencio.

Te quiero –le dije con voz ronca de recién levantado-.

Yo a ti también, ya lo sabes.

Sonreí.

Todavía no has cogido los billetes para ir a casa de tus tíos, ¿verdad? –le pregunté-.

No

¿Te gustaría pasar las vacaciones conmigo?

Sonrió. Me beso. Nos abrazamos.

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